Dedico esta parte a los que no llegaron a Europa, a los que murieron en medio del viaje, a
los que murieron en el desierto, a los que fueron asesinados en Libia por balas perdidas o
bombas y de quien nadie supo nada, a los que se ahogaron en el mar Mediterráneo y a los
que siguen encerrados en las cárceles libias…
Me tardé mucho tiempo antes de escribir porque perdí a alguien muy cercano, y esto lo
hizo todo mucho más difícil. Sin embargo, me sorprendió mucho el gran apoyo que recibí
después de haber escrito la primera parte, significa mucho para mí y para los demás.
Cuando empecé a escribir esta historia, pensé que no me iban a creer porque es muy
difícil creerlo hasta que uno mismo lo viva. De hecho, se perdieron algunos detalles por el
hecho de escribir en inglés, que no es mi lengua materna, pero algún día espero escribir
un gran libro sobre el viaje, que les sea útil a los que quieren ir a Europa, para que sepan
lo peligroso que es este viaje.
Cuando llegamos a Libia empezó nuestro verdadero sufrimiento. La mayoría de nosotros
habíamos venido a Libia para trabajar y juntar el dinero para cruzar el mar, y eso en el país
más racista del mundo. En ese país, te tratan según tu color de piel y tu nacionalidad, la
mayor parte del tiempo te dicen “obied”, que significa “esclavo”; te pueden golpear en
cualquier momento en la calle. Es un país sin ley, venden armas en las calles, y cada vez
que tomas un taxi, te roban tu dinero por la fuerza o amenazándote con un arma.
Mi hermano y yo trabajábamos en Benghazi haciendo trabajos esporádicos (de
construcción, de carga, etc), hasta que estallara la guerra. Nos encontramos atrancados en
zona de guerra, entre el ejército libio por un lado y las milicias islámicas del otro lado.
Había muchas bombas y balas. Cada semana, uno de nosotros salía a buscar comida para
el grupo. Tenía que tener cuidado, caminando contra altas paredes y agachándose
constantemente para evitar las balas perdidas. Recuerdo aquel día nublado, le tocaba a mi
hermanito traer comida y le sugerí que yo fuera en vez de él pero no quiso y se fue. No
regresó. Estábamos tan preocupados cuando salimos, y no nos importaba el toque de
queda porque si uno llega tarde es que lo habían agarrado o había muerto. Después de
caminar 30 minutos, lo encontramos, en la calle, disparado con dos balas, una cerca del
corazón y otra en el estómago. Mientras estábamos con él, un coche del ejército llegó y
los soldados empezaron a gritar, se lo llevaron y a nosotros también al hospital más
cercano, y se murió en el camino. Del hospital nos llevaron al interrogatorio porque
sospechaban que mi hermano y yo fuéramos miembros de las milicias islámicas. Después
de tres días de interrogatorio y de golpes, nos soltaron sin decirnos dónde podíamos
encontrar el cuerpo de mi hermano. Fue muy doloroso y todavía hoy me culpo por
haberlo dejado venir a Libia conmigo y no haber sido capaz de protegerlo. Muchos
migrantes murieron en esa guerra.
Lo más importante en Libia es quedarse en grupos, moverse y vivir juntos para evitar que
lo secuestren a uno y exijan rescate a sus amigos o a su familia. También es mejor evitar
salir con su dinero o dejarlo en casa porque de las dos formas, se lo pueden robar, igual
que cuando estaba preparando mi viaje a Tripoli. Iba a mandar el dinero a Sudán cuando
de repente, un coche se paró enfrente de mí y tres hombres salieron con armas y me
dijeron que les diera mi móvil y todo lo que tenía. Estaba en shock, no sabía qué hacer
entonces no pude contestar y de repente me empezaron a golpear en todo el cuerpo. Eso
pasó de día, enfrente de otras personas y nadie se preocupó de mí.
Por eso no le recomendaría a nadie ir a Europa, y si lo hacen, que no pasen por Libia.
Todavía hoy no entiendo cómo todos aquellos pudieron tratarnos así, esto es totalmente
injusto. No puedo vengar a mi hermano pero sé que algún día Dios lo hará.
Una vez que hayas juntado el dinero para cruzar el mar, tienes que ir hacia el oeste, lo que
significa que habrá que pasar por las cuatro diferentes autoridades que existen dentro de
Libia: de Ajdabiya (gobierno de Tobrouq) a Sirte (ISIS o Daesh), y luego de Misrata (ejército
de Misrata) a Tripoli (gobierno libio de Fajr). Tienes que mandar tu dinero a Sudán y que te
lo manden de vuelta a Tripoli para recuperarlo allá porque a lo largo del camino, te van a
controlar y revisar constantemente, cada centavo o cualquier cosa que tangas, se lo
llevarán. Así, si te mueres, tu familia se queda con el dinero. Durante el viaje entero
desde nuestro país hasta Europa, el 95% se murió y solamente un 5% llegó.
Entonces tienes que encontrar a un buen intermediario – el que conoce a los coyotes – y
negociar el precio. Cuesta casi 300 €. Durante ese viaje, no comerás hasta que llegues.
Hay muchas maneras de ir de este a oeste:
1ra: en un gran contenedor. Sólo hay una ventanilla arriba para que pase el aire, y a los
niños o las personas que les falta aire, cada hora se les carga y acerca a la ventanilla para
que puedan respirar. En general hay 300 personas en un contenedor (de Ajdabiya hacia el
norte, a Bani Waled, y luego hacia Gasr Garabulli y luego hasta Tripoli). El viaje se tarda
una semana o más.
2da: en coche 4×4 a través del desierto y por la carretera sur. Este viaje tardará 2 semanas
porque os pararéis en muchas bodegas, esperando que se llene el convoy con un máximo
de gente. Tienes que agarrarte bien al coche o a la persona que está sentada a tu lado
porque si te caes del coche, nadie se parará a levantarte y terminarás perdido en el
desierto.
3ra: en coche, que es el modo más rápido, 4 días o más, pero es peligroso porque pasaréis
por muchos puntos de control y muchos gobiernos y no sabéis en qué punto de control
puedan atraparos.
Ahora voy a hablar del último medio: somos 5 personas en un coche, tres hombres y dos
mujeres. La primera regla que nos dicen es que pretendamos ser una familia, que
perdimos nuestros pasaportes en la zona de guerra. El primer punto que hay que pasar
está controlado por el gobierno de Tobrouq. En esos puntos se arreglan las cosas con
dinero, así que cuando llegamos vi al coyote darles dinero, pero agarraron a uno de
nosotros sin razón y cuando le pregunté, el conductor dijo que necesitaban trabajadores
en el campo militar y que siempre agarraban a uno o dos, dependiendo de cuántos
necesitaran…
Luego llegamos al punto de control con la bandera negra y hombres vestidos de negro,
tapándose la cara, cargando muchas armas pesadas y supimos que estábamos en Sirte,
controlada por ISIS o Grupo del Estado Islámico o Daesh. Inmediatamente nos ordenaron
que nos bajáramos y revisaron el coche. Teníamos tanto miedo porque sabíamos que
asesinaban a gente. Nos revisaron y nos preguntaron sobre el Islam para saber si éramos
musulmanes o no. Siento tanta lástima por aquella mujer cristiana que estaba con
nosotros, porque encontraron una cruz en su mano y se la llevaron – de hecho es culpa
del conductor porque no nos preguntó si éramos cristianos o no y me enteré de que los
coyotes que llevaban a cristianos pasaban por la carretera sur, por Zillah y Waddan.
Gracias a Dios no se dieron cuenta de que había otra mujer cristiana con nosotros, ella
conocía las oraciones islámicas.
Seguimos el viaje sin esperanza, estábamos desesperados pero el coyote dijo que ya
estábamos a salvo porque el ejército de Misrata no se lleva a gente. Todos nos negamos a
seguir pasando por puntos de control, preferimos estar en el desierto que en la cárcel. Al
final el coyote tomó otra ruta para evitar Misrata, lo que nos costó más tiempo y más
dinero, y antes de llegar a Tripoli, se paró por tres horas a negociar con soldados pero no
era su turno de trabajo, luego recibió una llamada y nos fuimos para Tripoli. Recuerdo que
al cruzar el portón, le dio dinero al soldado y seguimos, entrando en Tripoli. Entonces me
bajé porque el dinero que tenía era para el viaje hasta Tripoli, pero a los demás los
llevaron a una casa en Tripoli hasta que fuera tiempo de irse al mar.
Me quedé con un amigo hasta encontrar a un intermediario sudanés – el intermediario es
el que nos conecta con el coyote. Muchos de nosotros buscamos a un intermediario
extranjero, porque si pasas por un libio y que él decide llevarse tu dinero, ya no puedes
pedirle el dinero.
El conductor nos llevó a una granja en los alrededores de Tripoli, donde encontramos a 50
personas. Estábamos encerrados en la bodega de una granja y alguien nos traía comida
todos los días, una sola comida al día a las 17 hs. Nos quedamos en la granja una semana y
después de eso llegaron dos muchachos, el más grande con una niña de unos 9 años y el
más joven con un niño, de la misma edad que la niña. Se llevaron a cinco de nosotros en
cada coche, usábamos niqab y el niño estaba sentado a nuestro lado como si fuéramos
una familia – cinco mujeres, un hombre y un niño. De hecho, en cada punto que pasamos,
nadie nos detuvo hasta que llegáramos a Zuwara, donde el coyote nos dejó y nos llevó a
un edificio dentro de la ciudad, con una ventana y puertas cerradas con llave. Nos
encontramos con cientos de migrantes, no podíamos respirar normalmente. Hasta que
alguien llegara y nos preguntara quién podía hacer trabajos de construcción, escogió a
cuatro de nosotros y nos llevó a una granja antigua a construir un muro alrededor de la
granja. Empezamos el trabajo y él venía cada tres días, nos traía un poco de comida y
teníamos que comer y beber la comida y el agua de los animales; le dijimos que
necesitábamos más comida y más agua y dijo “hagáis vuestro trabajo calladamente u os
llevo a la policía, y si no lo termináis, perderéis el barco, hasta que terminéis”. Trabajamos
muy duro porque habíamos escuchado de la operación del OTAN en contra de los coyotes
y pensábamos que iban a cerrar las puertas a los migrantes también.
Después de terminar el trabajo, nos llevó de vuelta a la bodega, nos quedamos ahí dos
días, y luego nos llevaron, a 40 personas, en un camión frigorífico, a una granja cerca del
mar pero lejos de la cuidad. De hecho, en ese momento, algunos de nosotros vimos la
tierra de los sueños y algunos vimos la muerte en nuestra imaginación, y nos despedimos
de nuestras familias porque era probablemente nuestro último momento de vida. Luego
revisaron cada centímetro de nuestros cuerpos y tomaron el dinero y los teléfonos. De
alguna manera algunos lograban pasar con dinero, y fue la primera vez que vi a cristianos
y musulmanes rezando juntos por el mismo dios. Trajeron el bote de plástico, lo inflaron
con una bomba eléctrica y esperaron hasta las 10 hs. Cargamos el bote sobre nuestras
cabezas y nos fuimos hacia el mar pero cada 10 minutos nos decían que nos agacháramos
porque tenían miedo de que nos vieran. La distancia hasta el mar era de unos 10
kilómetros. El capitán y su asistente tomaron un GPS y un teléfono satélite y nos pusieron
en línea. Brincamos dentro del bote uno tras otro. Éramos 120 personas en un pequeño
bote de plástico, iniciando el viaje más aterrador del mundo…
Continuará…
Texto traducido por: Lise Godin